Uno de los diez hombres más ricos del mundo, Eike Batista, puso sus ojos
en el Mutún mucho antes de que se mencionara el nombre de la empresa
Jindal. Cuando llegó al poder, lo primero que hizo el Gobierno de Evo
Morales fue sacar a empellones a la compañía de Batista, la EBX, por un
supuesto error burocrático sin mayor importancia, que pudo haber sido
subsanado, de haber existido una real voluntad de echar a andar este
proyecto, el mayor emprendimiento industrial de la historia de Bolivia y
que colocaría al país en las grandes ligas de la siderurgia.
Es inútil dar y cavar en los pormenores que han rodeado a la historia
reciente del Mutún, con la Jindal, la falta de gas, los contratos, las
denuncias, las boletas de garantía y la entrega de terrenos, aspectos
calificados como minucias por expertos, cuando lo importante es analizar
por qué el Estado Central con base en la plaza Murillo (el de hoy y el
de siempre), se ha empeñado en ponerle palos a la rueda a este proyecto,
un gigante dormido que tal vez tarde mucho en despertar porque así le
conviene al modelo político, económico y estatal diseñado para Bolivia
desde la colonia y que no ha sido modificado pese a tanta machacona con
el “cambio”.
Conviene reflexionar qué pasaría en Bolivia si se produjera la necesaria
y definitiva voluntad política para poner en funcionamiento a toda su
plenitud el proyecto del Mutún. Estamos hablando de una inversión
multimillonaria que se concentraría en la zona fronteriza con Brasil,
donde se formaría un polo de desarrollo nunca visto en el país, lo que
supone, por supuesto, inversiones en infraestructura, una inmensa
movilización poblacional y el surgimiento de una nueva locomotora
económica para el país dentro de Santa Cruz, que desde ya es el
principal actor en este campo en el país.
Desde el punto de vista geopolítico, se produciría un movimiento muy
significativo favorable hacia el oriente boliviano, que vendría a
cuestionar el modelo de desarrollo andinocentrista enfocado hacia el
Océano Pacífico. El Mutún está a orillas del río Paraguay y el
desarrollo de la siderurgia empujaría al país hacia la hidrovía que nos
conduce hacia el Atlántico. Aquello pone en aprietos a las élites
paceñas que siempre han gobernado este país, cuyos intereses se
encuentran en la vigencia de los puertos chilenos. No hay duda que el
Mutún contribuiría a desarrollar el corredor de exportación y un puerto
que colocaría en mejores condiciones al país para negociar con Chile,
país urgido de conseguir una puerta más expedita hacia el Atlántico.
Con el Mutún, se consolidaría definitivamente la marcha hacia el oriente
y el país comenzaría a construirse y definirse desde esta zona del
país. Este proyecto es la gran salida al estado fracasado netamente
extractivista que se forjó desde 1825 y que no consigue encontrar su
horizonte de progreso. Este proyecto significaría el gran salto hacia la
industrialización que, por supuesto, abriría las puertas hacia la
diversificación. Con el Mutún toda el área de influencia, que abarca una
inmensa extensión en la que intervienen varias regiones del hinterland
sudamericano, bloqueado por la falta de acceso a los puertos y por el
chantaje de organizaciones internacionales que se escudan en preceptos
ambientalistas. No hay duda que el Mutún cambiaría la historia de
Bolivia y para bien.
Lamentablemente hay muchos –y con mucho poder-, que todavía se niegan a que esto suceda.
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