miércoles, 2 de mayo de 2012

El valor de trabajo

Un día feriado adicional es una gentileza que muchos bolivianos agradecerán, pese a que detrás de ella existe un trasfondo inconveniente para los trabajadores bolivianos y otros sectores sociales, cuyas exigencias se busca enfriar con casi cuatro días de asueto.

El feriado “de yapa” viene a constituirse en la nueva extravagancia de este país, donde el trabajo no es precisamente el valor más reconocido ni más promovido, de ahí que cada Primero de Mayo, una de las fechas históricas más importantes de la humanidad, los trabajadores bolivianos deban protestar, marchar y gritar por sus derechos cuando en realidad deberían festejar.

En lugar de haberse constituido en el puntal del “proceso de cambio”, el trabajo fue relegado a un segundo plano y el sentimiento generalizado es que, pese a algunos logros que no avanzaron más allá del papel, el trabajo en Bolivia no ha sido dignificado como debiera. Los datos hablan por sí solos.

Durante los últimos años, la dura arremetida contra los sectores formales de la economía, ha ocasionado un aumento de la informalidad que hoy bordea el 80 por ciento. Se ha deteriorado el empleo, los nuevos puestos creados son precarios, tanto desde el punto de vista de la remuneración, la estabilidad y la protección social, lo que también repercute en la competitividad de los trabajadores bolivianos.

De acuerdo a datos del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (Cedla), la estabilidad macroeconómica que vivió el país en los últimos cinco años no ha servido para estimular la inversión productiva y la mejora de la productividad general en el país, lo que impide a los trabajadores avanzar en su calificación y en su nivel de ingresos.

El Cedla ha hecho un estudio que refleja también un encogimiento del poder adquisitivo de los salarios de los trabajadores. En el sector privado, en el periodo 2006-2010, la pérdida del valor real del salario ha sido de casi un dos por ciento por año en relación al porcentaje de inflación calculado por el INE. Si se consideraran los números reales, libres de la manipulación estadística que aplica el Ministerio de Hacienda desde el 2008, el desfasaje es mucho mayor; y la situación es abrumadora si se hace el cálculo de la inflación solo de los productos alimenticios, que afecta con mayormente a los sectores de bajos ingresos.

Es obvio que en las actuales circunstancias, hablar de un aumento salarial superior al ocho por ciento es sinónimo de riesgo de inflación y de déficit fiscal. Eso ocurre porque el Estado ha sido incapaz de generar las condiciones adecuadas para un mayor crecimiento económico que fortalezca el empleo a través de la diversificación, la cualificación, la competitividad, factores que inciden directamente en el nivel de ingresos.

La “precarización” del trabajo y por ende, del salario, es el resultado de un deterioro de la estructura económica nacional, cada vez más dependiente de las materias primas, de la informalidad y del incipiente y poco prometedor estatismo. Este es un círculo vicioso que es necesario romper y la mejor estrategia es la creación de empleo de calidad. La dignificación del trabajo no se hace destruyendo empresas privadas, inventando nuevos feriados o repartiendo bonos, que apenas representan unas migajas en el ingreso de la gente.

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