Pese a que los conflictos sociales parecen tener el mismo talante de
siempre, aunque cada vez más numerosos y violentos, existen algunas
características nuevas que es necesario destacar. Empezaremos hablando
por el paro de los transportistas de La Paz, que durante dos días se
ensañó contra la sede de Gobierno, con bloqueos y agresiones hacia la
ciudadanía, en protesta por la puesta en vigencia de una ley que intenta
ponerle freno al caos y la tiranía de los choferes, acostumbrados a
imponerle sus mañas a las ciudades y a los usuarios.
Con la complicidad de las autoridades policiales y gubernamentales, los
transportistas hicieron de las suyas durante dos días en La Paz. La
gente tuvo que hacer peripecias para sortear los bloqueos y el acecho de
conductores ebrios apostados en las esquinas para hacer prevalecer su
prepotencia. Los vecinos paceños, curtidos como nadie en esto de lidiar
con la agitación, las marchas y los conflictos más hostiles, sacaron a
relucir por primera vez su indignación, contra quienes supuestamente
están llamados a prestar un servicio respetuoso, pero que generalmente
hacen todo lo contrario.
Justo cuando muchos ciudadanos paceños estaban organizándose para
repeler otro día de castigo de los choferes, se instaló el diálogo, tras
el que surgió el acuerdo que permitirá abrir el camino al ordenamiento
del transporte público en La Paz y posiblemente en todo el país, si es
que los municipios, los ciudadanos y autoridades de todo nivel deciden
emular la valentía de los paceños, la prevalencia de las normas y la
fortaleza institucional que mantuvo la alcaldía paceña, abierta al
diálogo con los transportistas sin que ello implique negociar los
principios de la ley del transporte que impulsará una verdadera
revolución en este ámbito.
No cabe duda que este episodio rompe por completo la tendencia
generalizada que está conduciendo al país por las sendas de la anomia,
la ilegalidad y la informalidad. Muestra que la ciudadanía quiere leyes y
acepta una autoridad que establezca el orden y la concordia entre los
distintos sectores, no la polarización que disgrega y descompone la
sociedad.
Este conflicto ha demostrado un fenómeno que ha estado prácticamente
ausente en el país, sobre todo en la última década y es el protagonismo
de la clase media. No hay duda que tanto la protesta de los indígenas
del Tipnis, que plantea un asunto principista, como la prolongada huelga
de los médicos y trabajadores de salud, han acicateado este despertar
de estamentos que han estado adormecidos contemplando el protagonismo de
sectores que tradicionalmente han sido los gestores de los cambios y de
las propuestas que tienen como finalidad fundamental la toma del poder
para lograr una mejor tajada de los recursos del rentismo estatal.
En este clima tan confuso se ha producido una suerte de alianza entre la
Central Obrera Boliviana (COB) y sectores que jamás han estado a su
lado en las protestas y reivindicaciones, coalición que el Gobierno ha
denominado como contraria a la historia nacional, pero que de cualquier
forma resulta enriquecedora, porque muestra no sólo unidad y cohesión,
sino también la necesidad de marcar un rumbo que evite la desintegración
social.
Se trata de un fenómeno que muestra cómo, intuitivamente, la sociedad
suele buscar mecanismos naturales de protección que evitan dar el paso
final hacia el abismo. En el caso boliviano, otra vez señala la ausencia
de Estado, mientras la ciudadanía es la que señala la ruta que es
necesario seguir.
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