Los indígenas que el Gobierno paga para marchar, para borrar con el codo lo que se firmó con la mano, para tratar de santificar la carretera de la coca y la cocaína y para intentar empañar la epopeya de los verdaderos indígenas del Tipnis, aquellos que quieren que el cambio sea de verdad; esos marchistas –decíamos-, no han conseguido despertar en la ciudadanía la más mínima expresión de afecto. Esto es una prueba de muchas cosas, en especial, de que la gente no es tonta y por sobre todas las cosas, que las encuestas que ubican a Evo Morales con menos de la mitad de la popularidad que tenía hace dos años, no se equivocan en nada.
El oficialismo no solo ha fracasado en su intento de conseguir adeptos para su carretera, rechazada de manera abrumadora, sino que ahora que se acercan a La Paz, se ha dado cuenta que la Asamblea Plurinacional ya no le sirve de mucho, porque las disidencias generadas por el falso proceso de cambio, el falso indigenismo y los discursos ecologistas inventados, lo han despojado del pernicioso rodillo. En ese contexto surge el exministro de la Presidencia, amo y señor de las fronteras, Juan Ramón Quintana, para afirmar que la ruta Villa Tunari es cuestión de vida o muerte y, por supuesto intenta nuevamente descalificar a los indígenas de tierras bajas, a quienes acusa de haber intentado derrocar al presidente Morales. Su falta de cordura lo lleva a repetir argumentos trillados contra la Cidob, a la que acusa de estar al servicio de intereses foráneos.
Y junto con los pueblos originarios también arremete contra los medios afiliados a la Asociación Nacional de la Prensa, denunciada por él de recibir “jugosos” recursos de agrupaciones “gringas”, cuando en realidad, y si fuera idóneo para informar, debería decir que se trata de una prestigiosa fundación destinada a apoyar, de manera transparente y abierta (y con recursos muy limitados por cierto), iniciativas a favor de la libertad de expresión y el pluralismo, tareas que los organismos de prensa venimos realizando de manera continua, con el soporte de muchas otras instituciones como la Unesco, por citar un ejemplo.
Esos juegos de artificio, la guerra mediática, la descalificación y la propaganda como único elemento de la gestión, son estrategias que se han agotado hace mucho y que ya no le rinden réditos al Gobierno. Si el presidente ha perdido credibilidad, sus ministros están por el suelo, lo que le impide disimular la verdadera situación de precariedad en la que se encuentra el régimen, que se prepara, como dijimos, para una nueva espiral conflictiva que lo encuentra muy débil.
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