Si están bien hechas las cuentas, ya suman 57 los muertos a raíz de la violencia política durante los seis años del Gobierno de Evo Morales. Y por más que fuera solo uno, es demasiado para un presidente que prometió gobernar “sin muertos”.
Casi la mitad, 22 fallecidos, han caído por la represión de las fuerzas del orden y otro tanto, como las 16 víctimas de Huanuni, el joven asesinado en Cochabamba, los que fueron acribillados en Pando y otro adolescente que fue masacrado en Tiquipaya (Santa Cruz), han sido el resultado funesto de la política de confrontación fratricida que este régimen ha llevado del discurso a los hechos en numerosas ocasiones.
La gran mayoría han sido civiles, muchos de ellos jóvenes, que han sido arrastrados por la vorágine de violencia que ha inducido el MAS para acaparar poder, para tomar nuevas posiciones en el territorio nacional, para destruir la estructura institucional del país e imponer un sistema cuyo único norte es el abuso y el atropello a los valores democráticos y la convivencia pacífica.
El peor legado de este régimen, sin embargo, es su maligno desprecio por la vida. Ese aspecto no solo se puede percibir en la indiferencia del presidente Morales y su gente hacia las imágenes de bolivianos masacrados, perforados por balas, con los cuerpos destrozados, como simples piltrafas encaramadas en camiones. Toda esta danza de muertos que los medios difunden y que sin duda alguna, ayudan a consolidar una visión banal y desaprensiva de la vida, no causan el menor atisbo de sensibilidad en los gobernantes, decididos a lograr sus objetivos con un fuerte presupuesto maquiavélico que no parece detenerse.
Este no es solo un desprecio por la vida humana. Todos los bolivianos somos vistos por este régimen como potencial carne de cañón, útil a sus propósitos. Es un desprecio por el país, por la unidad y la integridad. Que no diga el presidente Morales ¿qué vale más que la vida de estas personas que han sido asesinadas durante su régimen? ¿Cuántas vidas más tendremos que sacrificar por este “proceso de cambio” fraudulento?
La Policía. Es lamentable que no hayan escarmentado con lo del 25 de septiembre. Ese abuso y la misma prepotencia se han vuelto a enseñorear en Yapacaní, donde los efectivos usaron a mansalva sus armas de reglamento para herir y quitarle la vida a los manifestantes. Olvidan que, cuando tengan que rendir cuentas por sus actos, ellos deberán sentarse en primera fila en el sector de los acusados. Lo mismo que aquel jefe militar que trata con fanfarronería un asunto muy serio como lo fue la represión a los indígenas del Tipnis, un asunto que tendrá que encontrar justicia algún día, aunque un fiscal “tirasaco” infantilmente trate de impedirlo.
Ninguna lista de muertos, como los 57 del régimen de Evo Morales cae en saco roto. Jamás ha sucedido algo así en la historia y hasta quienes se sintieron con el poder y la inmunidad para arrasar y construir imperios, tuvieron que enfrentar tarde o temprano el rigor de la justicia. Si no ocurriera así, el pueblo mismo suele ser el encargado de ajustar cuentas. Eso es algo que ha sucedido en incontables ocasiones en Bolivia.
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