martes, 31 de enero de 2012

Una marcha para el olvido

Los indígenas del Parque Isiboro Sécure, los otros, aquellos que han marchado bajo el manto de la duda y la sospecha, acaban de llegar a La Paz, después de una marcha de 42 días. Nadie salió a recibirlos espontáneamente. Sus anfitriones fueron algunos miembros de organizaciones rabiosamente oficialistas, que solo consiguieron remarcar la indiferencia de los paceños . No los aplaudieron ni les ofrecieron comida o atención médica y seguramente el dolor de estos pobres “malpagados” fue mucho mayor que el que sintieron sus hermanos del Tipnis, víctimas de una descomunal paliza policial, el 25 de septiembre del año pasado, durante la marcha en rechazo a la construcción de la carretera que amenaza con partir en dos su territorio ancestral.

Los indígenas de tierras bajas siempre han marchado. Hace siglos que buscan su “tierra prometida”. Lo han hecho desde la llegada de los españoles, en la era republicana y ya van nueve veces que marchan desde la recuperación de la democracia. Sus objetivos no han cambiado, quieren respeto a su dignidad y al lugar donde nacieron; quieren vivir como seres humanos, sin miedo a que los expulsen de sus casas y les quiten sus chacos. Hace seis años ellos creyeron que había llegado su “mesías”, ese “Moisés” liberador que los iba a sacar de la pobreza y la exclusión o que, por lo menos, les iba a asegurar la consolidación de los territorios que han heredado de sus abuelos.

Es la primera vez, sin embargo, que los indígenas de tierras bajas marchan por un motivo ignominioso. Nunca se había visto a dirigentes, caciques y líderes de pueblos que viven de la tierra, de la cacería y de la pesca, tomar la carretera para exigir que un Gobierno arrase con una de las reservas naturales más ricas del territorio. Pelear por un camino es muy bueno, pero ¿cuándo se ha visto en Bolivia y en muchas otras partes del mundo, que los indígenas y su hábitat sean los primeros beneficiados con una obra de estas características? Si todo un país reaccionó exaltado por el oprobio acaecido en Yucumo, mucho más se debería decir de la humillación de los pueblos del Tipnis de tener que salir a defender a la fuerza a los cocaleros, a quienes solo buscan tierras para expandir sus negocios y que desde hace mucho tienen loteado el parque Isiboro Sécure; lo tienen amenazado de contaminación y han introducido allí la lógica violenta del sindicato “mafieril” que se beneficia del auge del narcotráfico.

Todas las marchas indígenas, especialmente las que se han producido en la era democrática, han marcado hitos importantes en la historia del país. Ellos empezaron a desarrollar conciencia en el país sobre los problemas de la tierra, la ecología, el agua y  el territorio. Más tarde fueron los portaestandartes del proceso constituyente en Bolivia, que debía introducir en el país una nueva generación de derechos, algunos de los cuales han sido introducidos en la Constitución y que ahora, justamente el Gobierno del MAS pretende negarlos de manera descarada. La última, aquella que llegó en octubre a La Paz, luego de vencer un sinnúmero de vicisitudes causadas por el régimen de Evo Morales, de tener que soportar insultos, calumnias y mil y una tropelía de energúmenos que fungen de autoridades, los indígenas testimoniaron el verdadero espíritu de bolivianidad, muy distinto al que se pretende promover desde las tarimas con discursos divisionistas y confrontadores.

La marcha que llegó a La Paz no tiene nada que ver con la historia de dignidad de los pueblos indígenas y tampoco cambiará el rumbo de sus reivindicaciones. Es simplemente una marcha para el olvido.

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