La economía boliviana se asemeja cada vez más al borracho que se sacó el gordo de la lotería y que ha iniciado una farra interminable. Gasta y gasta y la plata no parece acabarse nunca. El beodo está feliz y sobre todo, inconsciente de lo que pueda pasar si algún día mete la mano en el bolsillo y no encuentra dinero para seguir comprando trago y continuar invitándole a sus amigos, a quienes tiene felices con tanto derroche.
La plata de este borrachito boliviano viene del gas y la minería, cuya incidencia en los ingresos es cada vez más fuerte. El 83 por ciento de las exportaciones nacionales son ahora hidrocarburos y minerales sin la más mínima transformación ni valor agregado. “En bruto” y a lo bruto, como dirían algunos, al contemplar la felicidad con la que celebran las autoridades nacionales el extravío del borrachín.
El borracho no quiere más que fiesta. Quiere que todos beban a su alrededor y disfruten de su buena fortuna. Los que quieren trabajar y producir son sus enemigos y no hace más que insultarlos y, cada vez que puede, le pone trabas. Y como hay muchos borrachos que lo apoyan, entre ellos, otros que farrean de lo lindo con el gran negocio de la coca, ha tenido mucho éxito, pues, según los últimos datos del INE, los que no participan de la farra de la economía extractivista, han producido un 23 por ciento menos el 2011 en relación al 2010. De acuerdo a estos datos, las exportaciones no tradicionales, es decir, aquellas que tienen valor agregado, han caído en alrededor de 545 mil toneladas. Si se mide esto en términos de empleo y del efecto multiplicador que tiene la agropecuaria y la agroindustria, el daño seguramente es enorme.
Pero el borracho es un tipo confiado. Cree que la plata le va a alcanzar para todo y para siempre. Durante los últimos años ha tenido que importar cantidades crecientes de alimentos porque no le ha funcionado su estrategia de encerrar el mercado. Esta política no ha conseguido más que amedrentar a los productores de maíz, de soya, de trigo y de otros artículos, quienes no encuentran condiciones adecuadas para incrementar la producción. Y como ha bajado la producción, los precios han aumentado, pero el borracho se las ingenia para camuflar la inflación, sobre todo del rubro alimenticio.
Ha sido tal la farra, que Bolivia se encuentra hoy entre los países más dependientes de las materias primas en el mundo, lo que lo convierte también en una nación altamente vulnerable. En otras palabras, si al borracho se le acaba el veranito de los precios altos de las materias primas, se quedará en una situación peor de la que estaba, porque ni siquiera tendrá con qué alimentarse. Esto mismo le ha sucedido muchas veces al borrachito, pero no aprende.
El analista Bernardo Corro Barrientos resume así la situación de la economía boliviana: “Bolivia sigue empantanada desde principios del siglo XX, más de cien años, en un modelo basado en la extracción de recursos minerales primero e hidrocarburíferos después. Esta estructura fundamental subdesarrollada tiene entre sus efectos directos el mantener en el atraso a los diferentes sectores productivos y en particular a las empresas medias y chicas agrícolas, agroindustriales, ganaderas y a las ramas industriales y de servicios. En lugar de impulsar el desarrollo y la diversificación de sus sectores empresariales, se dedica a fortalecer “en prioridad” su estructura económica fundamental, es decir, su sector extractivo estatal y su sector privado monopólico dependiente”.
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