viernes, 6 de enero de 2012

La marcha de la vergüenza

La coca y los cocaleros se han convertido en la medida de todas las cosas en Bolivia. La famosa “hoja sagrada” es ahora, el elemento omnipresente de la realidad del país. Todo el aparato diplomático boliviano está al servicio de la coca; el Chapare es la región que mayor cantidad de inversiones recibe;  por la coca se destruye un parque; la coca es la articuladora de la vertebración caminera del país y en función de los cocaleros hasta se plantea un rediseño de la nomenclatura étnica de Bolivia, porque resulta que hoy, los productores de coca también son indígenas y cuando menos, interculturales.

La coca es también el elemento que ha deteriorado más la imagen del presidente Morales, quien paradójicamente usó su figura de humilde cultivador del Chapare para escalar posiciones a nivel nacional e internacional. Por la coca su Gobierno está bajo la sospecha de mantener nexos directos con el narcotráfico y por defender tanto a la coca, su régimen ha sufrido fuertes disidencias, entre ellas, la de los verdaderos indígenas que le propiciaron la mayor derrota política desde el 2006, desdibujando por completo la imagen de líder indigenista y ecologista. Por la coca, los gobiernos vecinos le miran mal al Gobierno boliviano y desde Brasil le tienden un cerco militar. Por la coca, el país ocupa hoy la categoría de “forajido”, al margen de las convenciones internacionales y observado con lupa por un organismo supranacional dedicado al control del lavado de dinero.

¿Le interesa esto al presidente Morales? Definitivamente no y su actitud se acerca cada vez más a un extremo suicida que podría llevar a Bolivia al aislamiento internacional. Prueba de ello es la vergonzosa marcha de indígenas a sueldo y de falsos indígenas que promueve el oficialismo en respuesta a la caminata de más de 60 días que hicieron los pueblos originarios del Tipnis y que fueron salvajemente reprimidos antes de llegar a la ciudad de La Paz.

Más vergonzosa resulta todavía, después de que el fiscal general del Estado, Mario Uribe, tiró al basurero una denuncia contra al presidente y su principal colaborador, por su ineludible responsabilidad en la represión de Yucumo, mientras que los otros, los que abiertamente reconocen que siembran coca en el parque Isiboro Sécure, que amenazan a la prensa y que, sin tapujos, afirman que en Bolivia no deberían existir reservas naturales porque los parques están bien para África, gozan del pleno apoyo presidencial y de funcionarios que llaman legal a lo ilegal.

Posiblemente, el presidente no se da cuenta que aquella marcha representa su inconsciente y expresa las verdaderas intensiones de su régimen. Es como si el verdadero Evo Morales estuviera marchando y comunicando el destino que le tiene preparado al país, todo lleno de coca, de cocaleros y por supuesto, y aunque no se lo propongan, de narcotraficantes, de cocaína y maleantes. Afortunadamente la ciudadanía no le brinda el más mínimo respaldo a los marchistas que defienden la coca por encima de la dignidad humana, de la naturaleza y de los principios que guían la convivencia pacífica. 


La marcha de la vergüenza es la mejor expresión de los aventureros que han planificado un futuro siniestro para el país. Sin duda alguna la coca será el elemento detonador de la próxima crisis de grandes proporciones en Bolivia y la pregunta fundamental es si la “hoja sagrada” destruirá primero al Gobierno o al país.

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