Por fin alguien con la suficiente claridad y valentía para llevar a debate un tema que está colgando desde hace mucho en Bolivia: “la legalización de las drogas”. Lo propuso el representante del Partido Comunista Marxista Leninista de Bolivia, Jorge Echazú, durante la fallida cumbre entre el Gobierno y los partidos políticos de la oposición.
No es la primera vez que se lo plantea a nivel nacional. Algunas connotadas figuras del oficialismo lo han deslizado alguna vez, pero enseguida los han mandado a callar, como ha sucedido esta vez, con una contundente respuesta negativa del Gobierno, expresada por el zar antidrogas y productor cocalero, Felipe Cáceres, quien declaró que la propuesta no es viable para Bolivia porque, según dice, “el país no tiene un consumo masivo de estupefacientes y porque no estamos preparados para aplicar una medida de este tipo, ni siquiera para discutirlo. Es un tema tabú”. La tercera razón expuesta por Cáceres es que el negocio de la coca y la cocaína no representa un peso significativo en la economía boliviana.
No hay duda que los argumentos gubernamentales son muy endebles y sobre todo confusos, mientras que Jorge Echazú dio en el clavo al hablar de la incidencia del problema del narcotráfico en Bolivia. El líder político invocó coherencia al Gobierno de Evo Morales cuando le pidió luchar contra un negocio eminentemente capitalista que tiene preso al país. Para Echazú, legalizar las drogas es ir contra el imperialismo y el MAS debería aprobarlo.
Es posible que Cáceres tenga razón y que sea inviable legalizar las drogas en Bolivia por mil y una razones. De cualquier forma, el Gobierno está haciendo todo lo contrario a lo que debiera y precisamente los actos y omisiones del masismo cocalero son los que incitan el debate sobre la legalización al que se han sumado ilustres personajes mundiales de la talla del premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa. El auge de la droga y su propagación por todos los rincones de América Latina, dan la impresión de que hay una guerra que se está perdiendo, sobre todo cuando existen regímenes como el de Bolivia que no expresan con certeza de qué lado están en esta contienda.
Si el régimen de Evo Morales está en contra de la legalización de las drogas, entonces debería ser plenamente coherente y sumarse con todo a una guerra sin cuartel, como lo estuvo haciendo el país hasta la llegada del masismo cocalero. Cáceres dice que no hay consumo suficiente. Esa afirmación, además de cínica es perversa, pues al paso que aumenta la producción de cocaína en Bolivia, no tardaremos en llegar a los niveles que hoy presenta Argentina, Brasil y Chile, los principales mercados de la cocaína producida en el territorio. Dice también que no estamos preparados para el debate, cuando en realidad, de un plumazo y sin consultar a nadie, Bolivia se salió de la Junta Internacional sobre Estupefacientes; echó a la DEA; habla de elevar a 20 mil el número de hectáreas legales de coca y se acepta como cualquier cosa la presencia de cárteles mexicanos en el país. En Bolivia hay “narcoamauta”, “narcoalcaldes”, “narcogeneral”. De qué tema tabú nos están hablando si la realidad boliviana está narcotizada y, según cálculos serios, casi un millón de personas viven hoy directamente del circuito coca-cocaína.
No quieren legalizar las drogas, pero ya nadie duda que en Bolivia se le está dando manija y con mucha fuerza a un negocio perverso. Recientemente el prestigioso diario The Wall Street Journal denunció que el régimen boliviano es reacio a cooperar en la lucha antidrogas y es a todas luces “ambivalente” en el tema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario