En Bolivia supuestamente se está librando una guerra sin cuartel contra la derecha política, cuando en realidad ésta no existe. Los supuestos derechistas nunca han querido admitirlo por una estrechez mental que ni siquiera les alcanza para defender el liberalismo. Lo curioso es que la izquierda tampoco existe en Bolivia. Los izquierdistas, los socialistas y los comunistas comienzan y acaban en el discurso, en la pose, en las pancartas que enarbolan al Che Guevara en las manifestaciones y que no se traducen en conquistas logradas por la izquierda internacional en su confrontación dialéctica con la derecha.
Esta dicotomía constante y proactiva entre izquierda y derecha existe en España, en Chile, en Alemania y en muchos otros países donde mantienen una lucha ideológica que produce ventajas para la sociedad. En aquellos lugares, los derechistas ponen en práctica una defensa a ultranza de la propiedad, de la libre empresa, del derecho a la expresión y otras garantías individuales que el Estado debe proteger porque para eso asume una responsabilidad establecida en un contrato específico con la ciudadanía. Los izquierdistas defienden el equilibrio y la moderación. Son los que le ponen freno a los desbalances del mercado, los que sacan la cara por las minorías y también por las grandes mayorías que quedan desaventajadas en la libre competencia que precisamente el Estado debe garantizar como método para asegurar la prosperidad colectiva.
En Bolivia, los derechistas han sido amedrentados con mucha facilidad por el populismo reinante y en la mayoría de los casos parecen acomodarse a la situación, al minúsculo espacio que les ha dejado el Estado para operar con innumerables restricciones. No existe convicción para defender la propiedad privada, no se escucha un discurso firme y coherente sobre la necesidad de promover la competitividad y la productividad y en todo caso tratan de aprovechar las escasas ventajas que ofrece el estatismo a unos pocos privilegiados que se benefician de contratos espurios y del clientelismo que fomenta el poder.
Los izquierdistas, por su parte, están encaramados en un Estado estéril y cavernario que acumula poder como un fin en sí mismo. Es alarmante cómo la izquierda justifica la violación a los derechos humanos, el atropello a las minorías, el abuso que se comete contra los indígenas. Los izquierdistas se juegan por la corrupción, el armamentismo y la persecución política, elementos que un socialista jamás apoyaría en un contexto de lucha ideológica dirigida hacia el bien común.
Es obvio que en las actuales circunstancias, existan “izquierdistas” que consideran al Gobierno boliviano como derechista, pero lo dicen por calificar de alguna manera los excesos del Estado, el abuso que se comete contra la sociedad, el atropello de la justicia, la soberbia y el autoritarismo de los mandamases que en realidad son fascistas, una deformación política que ha sido condenada históricamente por derechistas e izquierdistas.
Con las traiciones que ha cometido el “proceso de cambio” hacia los principios ideológicos que adoptó como fundamentos de su discurso que supuestamente eran de “izquierda” y frente a la falta de coherencia y consistencia de los que deberían asumirse como derechistas en el país, no cabe duda que estamos ante un gran vacío político que puede ser caldo de cultivo para arribo de nuevas élites con toda la fuerza para tomar el poder. En aquellos países que han atravesado fenómenos parecidos, han sido las mafias las que se han encumbrado y no vamos a negar en que en Bolivia, existen grupos mafiosos que están al acecho para apoderarse de los espacios públicos.
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