jueves, 2 de agosto de 2012

La guerra contra el capitalismo

El capitalismo no es un santo, pero tampoco es un diablo. Pese a que muchos buscan cómo echarle la culpa de todos los problemas que ocurren en la humanidad –así ha sido siempre-, los responsables de la mayor cantidad de calamidades mundiales, han sido los del otro bando, los socialistas, los comunistas, los estatistas, los controladores, los que siempre han vendido la idea de que los políticos y los funcionarios van a producir soluciones, cuando en realidad les conviene que los problemas perduren para siempre, porque de eso viven. 

Por ejemplo, los funcionarios que manejan hoy el país, despotrican contra el capitalismo, lo vilipendian todos los días y quieren aniquilarlo, pero no van más allá de amenazar con la expulsión de una marca de gaseosa, porque en realidad, todos los días rezan, imploran y encienden velas para que al capitalismo chino, al capitalismo hindú y al capitalismo brasileño les vaya estupendo, para que nos sigan comprando los minerales y el gas a buen precio y en cantidades abundantes, para que ellos, los socialistas e impulsores del estatismo, sigan haciendo sus experimentos y repartiendo la platita que les permite mantenerse en el poder.

El capitalismo destruye el medio ambiente, es verdad, pero no más que los otros sistemas económicos que ocasionaron desastres como el de Chernobyl. Pero pese a todas las críticas, hay algo de lo que todos tienen que estar seguros: será el capitalismo el que va a salvar el planeta, porque es el único método capaz de generar la competencia necesaria para producir de otra manera, inventar nuevas tecnologías capaces de ahorrar energía, modificar los patrones de consumo y ayudar a recuperar los espacios que han sido dañados por la mano del hombre.

Mientras tanto, los socialistas y estatistas de Venezuela, Bolivia, Nigeria y otros confines de la tierra, seguirán buscando la manera de sacarle provecho “a la antigua” a los recursos naturales, destruyendo, derribando bosques, contaminando ríos y expulsando a los indígenas de sus territorios, cuando el capitalismo ha convertido a las tribus de Canadá, de Estados Unidos o Ecuador en accionistas de grandes empresas.

Otra de las acusaciones es la pobreza. Se sindica al capitalismo de empobrecer a la humanidad, cuando no ha habido otro sistema en la historia que haya ayudado a tanta gente a mejorar su nivel de vida. La única ventaja del socialismo ha sido establecer igualdades, pero igualdades hacia abajo, es decir, empobrecer a todos por igual, algo que no deja de ser un consuelo, pero de tontos.

El Gobierno boliviano se ufana de haber ayudado a superar ciertos niveles de pobreza (muy ínfimos por cierto), pero eso es mérito del capitalismo mundial que nos compra cada vez más minerales, gas y cocaína. Pero cuando se trata de repartir ese dinero, el estatismo y el socialismo bolivianos fallan de manera abrumadora. Tanto que se habla de los bonos, éstos no representan ni siquiera el dos por ciento del presupuesto y la plata que se destina a la educación, la salud y otros sectores sociales es irrisoria en comparación a lo que se llevan las élites políticas que se enriquecen con gastos reservados, contratos, compra de helicópteros, satélites y fábricas fantasmas.

Lamentablemente Bolivia nunca ha tenido un sistema capitalista serio, pero sí una gran cantidad de charlatanes de plaza que jamás han cumplido el rol de árbitro que el liberalismo le asigna al Estado, justamente para evitar los excesos de los capitalistas. Los gobernantes han sido capitalistas a la hora de conseguir los beneficios, pero estatistas cuando se trata de quedarse con los cambios.

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