El capitalismo no es un santo, pero
tampoco es un diablo. Pese a que muchos buscan cómo echarle la culpa de
todos los problemas que ocurren en la humanidad –así ha sido siempre-,
los responsables de la mayor cantidad de calamidades mundiales, han sido
los del otro bando, los socialistas, los comunistas, los estatistas,
los controladores, los que siempre han vendido la idea de que los
políticos y los funcionarios van a producir soluciones, cuando en
realidad les conviene que los problemas perduren para siempre, porque de
eso viven.
Por ejemplo, los funcionarios que
manejan hoy el país, despotrican contra el capitalismo, lo vilipendian
todos los días y quieren aniquilarlo, pero no van más allá de amenazar
con la expulsión de una marca de gaseosa, porque en realidad, todos los
días rezan, imploran y encienden velas para que al capitalismo chino, al
capitalismo hindú y al capitalismo brasileño les vaya estupendo, para
que nos sigan comprando los minerales y el gas a buen precio y en
cantidades abundantes, para que ellos, los socialistas e impulsores del
estatismo, sigan haciendo sus experimentos y repartiendo la platita que
les permite mantenerse en el poder.
El capitalismo destruye el medio
ambiente, es verdad, pero no más que los otros sistemas económicos que
ocasionaron desastres como el de Chernobyl. Pero pese a todas las
críticas, hay algo de lo que todos tienen que estar seguros: será el
capitalismo el que va a salvar el planeta, porque es el único método
capaz de generar la competencia necesaria para producir de otra manera,
inventar nuevas tecnologías capaces de ahorrar energía, modificar los
patrones de consumo y ayudar a recuperar los espacios que han sido
dañados por la mano del hombre.
Mientras tanto, los socialistas y
estatistas de Venezuela, Bolivia, Nigeria y otros confines de la tierra,
seguirán buscando la manera de sacarle provecho “a la antigua” a los
recursos naturales, destruyendo, derribando bosques, contaminando ríos y
expulsando a los indígenas de sus territorios, cuando el capitalismo ha
convertido a las tribus de Canadá, de Estados Unidos o Ecuador en
accionistas de grandes empresas.
Otra de las acusaciones es la pobreza.
Se sindica al capitalismo de empobrecer a la humanidad, cuando no ha
habido otro sistema en la historia que haya ayudado a tanta gente a
mejorar su nivel de vida. La única ventaja del socialismo ha sido
establecer igualdades, pero igualdades hacia abajo, es decir, empobrecer
a todos por igual, algo que no deja de ser un consuelo, pero de tontos.
El Gobierno boliviano se ufana de haber
ayudado a superar ciertos niveles de pobreza (muy ínfimos por cierto),
pero eso es mérito del capitalismo mundial que nos compra cada vez más
minerales, gas y cocaína. Pero cuando se trata de repartir ese dinero,
el estatismo y el socialismo bolivianos fallan de manera abrumadora.
Tanto que se habla de los bonos, éstos no representan ni siquiera el dos
por ciento del presupuesto y la plata que se destina a la educación, la
salud y otros sectores sociales es irrisoria en comparación a lo que
se llevan las élites políticas que se enriquecen con gastos reservados,
contratos, compra de helicópteros, satélites y fábricas fantasmas.
Lamentablemente Bolivia nunca ha tenido
un sistema capitalista serio, pero sí una gran cantidad de charlatanes
de plaza que jamás han cumplido el rol de árbitro que el liberalismo le
asigna al Estado, justamente para evitar los excesos de los
capitalistas. Los gobernantes han sido capitalistas a la hora de
conseguir los beneficios, pero estatistas cuando se trata de quedarse
con los cambios.
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