La mentira es casi una definición del “arte” de la política. La historia los ha vuelto sinónimos y en principio es una excelente señal que alguien sea castigado con el despido de su cargo de ministro por faltar a la verdad. La sanción es la mejor que se puede aplicar en caso, obviamente, de que se confirmara que se produjo la falsedad a la que se alude.
El apego a la verdad, en asuntos chicos y también grandes, debería ser un valor fundamental de cualquier Gobierno, pero no el único. Ya lo dicen las tres máximas de la sabiduría incaica que nos enseñaron a todos en la escuela y que el régimen de Evo Morales repite hasta el cansancio: “Ama sua, ama quella, ama llulla”: No seas ladrón, no seas mentiroso y no seas flojo.
Y aparte de estos tres grandes valores habría que practicar muchos otros que lamentablemente son descuidados con muchísima ligereza por los conductores del Estado Plurinacional, que supuestamente están llevando adelante una revolución moral tan necesaria para superar problemas históricos y estructurales.
En los valores y en la ética no se puede actuar con medias tintas. No se puede aplicar reglas que más tarde no se cumplen para otros. El ministro de Aguas y Medio Ambiente fue retirado del gabinete ipso facto, mientras que frente a otros colegas de él se ha actuado con una contemplación inexplicable, pese a existir denuncias que merecían por lo menos una investigación. Hoy se sabe, por ejemplo, que las sospechas de narcotráfico tienen nomás asidero real y por lo tanto, son motivo de las pesquisas de un fiscal. En el caso de YPFB, el presidente no ha dejado de “poner las manos al fuego” por ciertos funcionarios que parecen blindados ante repetidos hechos de corrupción que al menos delatan pecados de omisión y una actitud contemplativa que debería despertar desconfianza.
¿Cuántos casos de autoridades oficialistas ligadas al narcotráfico se han conocido en los últimos tiempos? Y todas ellas permanecen en sus cargos pese a las pruebas contundentes que se han encontrado. La salvaje represión y violación de los derechos humanos de los indígenas parece ser objeto de premio en lugar de que el exministro en cuestión pase a responder por su conducta ante los estrados judiciales.
¿Qué pasa con los contrabandistas, con los parlamentarios “chuteros”? ¿Acaso esos delitos no merecen el desprecio y el castigo presidencial? ¿O es que los valores se defienden solamente cuando existe un cálculo político de por medio? Cuidado, cuando la ley no se aplica de forma equitativa, se puede estimular actos de rebeldía que se volcarán en contra de quien abusa de su poder para manipular las leyes y las sanciones.
Por más que suene a Perogrullo, pero los gobernantes deben ser los primeros en respetar las normas, porque su obligación también es hacerlas cumplir. Pero sin valor moral, sin autoridad, eso no es posible. “Ser y parecer”, sigue siendo una máxima que los líderes están llamados a cumplir para evitar en la decadencia. Grandes imperios se han caído precisamente por la relativización de los valores, por la inversión de sus principios, por el abandono de los grandes postulados que juraron defender.
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