Me dio pena el otro día una chica que aparecía “en cueros” en un nuevo
anuncio publicitario. No sabía cómo ocultar la vergüenza que seguramente
siente por una osadía a la que fue inducida por una industria
publicitaria que no sabe todavía cómo zafarse del truquito fácil de las
“chutas”, que burdamente califican como “desnudos artísticos”. Pobre
arte, las cosas que hacen a su nombre.
“No he robado, ni he matado”,
decía la jovencita, tratando de vender una moral tan relativista como el
camión que recoge la basura, donde todo pasa, todo cabe, todo vale,
menos matar y robar, dos delitos que suelen ser castigados con excesiva
inclemencia, a pesar de que no son los más graves.
Esa chica no tiene la
culpa. Ni siquiera se da cuenta de lo que hace, de ahí que lo quiere
justificar a como dé lugar. Lo que me preocupa es que los mediadores de
esos mensajes tampoco noten lo que están haciendo. Hace poco, el
periodista Anderson Cooper, de la CNN, quien acaba de confesar
públicamente su homosexualidad, tuvo la valentía de echar de su programa
a una actriz barata que contó cómo le enseña a su hija a bailar en el
tubo y que a esa edad le aplica botox y que la ha sometido a una
liposucción. “Honestamente no tengo nada más que hablar contigo. Tengo
que ser honesto, tengo que parar. Lo siento. Eres horrible”, le dijo
Cooper a la mujer.
Los comunicadores tenemos que ser más selectivos a la
hora de transmitir nuestros mensajes. La realidad es de por sí
demasiado impresentable como para condimentarla con basura que nubla
nuestros valores. No se trata de ser moralista –no me gustan esos
hipócritas-, pero sí optar por otros estilos. ¿Cuánto nos falta para que
tengamos nuestra propia Laura Bozzo en Santa Cruz? Hay demasiados
candidatos (as).
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