El australiano Julian Assange, creador del portal Wikileaks y el
senador pandino Róger Pinto tienen mucho en común. Ambos están
refugiados en embajadas de países que les han concedido asilo
diplomático y se encuentran a la espera que los países que los persiguen les
entreguen el salvoconducto que los ayude a salir del brete. Inglaterra
y Bolivia utilizan exactamente los mismos argumentos para negarse a
concederles la orden de salida. Dicen que son delincuentes comunes,
que no merecen asilo político y que deben responder ante la justicia
por crímenes comunes. El Gobierno ecuatoriano, a diferencia del
brasileño, que le ha otorgado el refugio a Pinto, se llena la boca
respaldando su determinación de asilar a Assange, con argumentos como
el respeto a los derechos humanos, la protección de la libertad de
expresión y la observancia de leyes internacionales que precisamente
el régimen de Evo Morales se niega a cumplir, pese a que públicamente
ha sido uno de los primeros en apoyar la decisión del Gobierno de
Rafael Correa. Esto que parece el más grave de los cuadros de
esquizofrenia, tiene que ver con la lógica del poder, que siempre ha
hecho y ha dicho lo que le conviene, por más que no tenga ninguna
coherencia.
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