domingo, 9 de diciembre de 2012

Autonomía ¿Esperanza perdida?

¿Cómo se debe manejar un país? Básicamente hay dos formas: el modelo centralista y el descentralizado. En este caso Bolivia es hipercentralista, pues un solo grupo de personas y más concretamente un solo individuo controla desde su despacho más del 88 por ciento de los recursos públicos, mientras que el resto de los fondos son administrados por 327 municipios, nueve gobernaciones y nueve universidades públicas, un despropósito que explica por qué Bolivia es uno de los países más pobres, más atrasados y más corruptos del
planeta.

Hace unos días, el presidente Evo Morales dio a entender que todo seguirá como hasta ahora, pues ha dicho que el pacto fiscal, cuyo objetivo es redistribuir mejor los recursos del país y por supuesto, equilibrar las responsabilidades, las competencias y las atribuciones, significaría “descuartizar” el país. En ese sentido, de nada vale el Censo y todos los discursos de planificación y fijación de prioridades y por supuesto, se van al tacho los proyectos de descentralización, autonomía o federalismo, pues el tono de la administración política nacional seguirá siendo el capricho del caudillo, quien acaba de confesar que echó a un ministro para imponer su voluntad de construir una planta de urea valuada en mil millones de dólares en el Chapare, contradiciendo los más elementales criterios técnicos y económicos.

Con esta voluntad enemiga de la autonomía y de cualquier criterio de racionalidad, el país seguirá manejándose desde los helicópteros, donde no se puede planificar más que canchitas de fútbol y coliseos, además de firmar cheques para repartirlos como golosinas entre los alcaldes y dirigentes amigos, a quienes jamás se les pide cuentas y tampoco se les exige por lo menos que terminen las obras que inician. Es obvio que de esa manera aumenta la corrupción y se mantienen postergadas todas las soluciones que esperan desde el nacimiento de la república.

Nunca el Estado Boliviano había tenido tantos recursos disponibles para atender las necesidades de la población, para diseñar una estructura productiva sostenible, para encarar la agenda social y llegar con respuestas a todos los rincones del país, pero lamentablemente, nunca antes el poder republicano había estado en tan pocas manos, lo que agrava el drama del centralismo, que jamás será la respuesta adecuada a la modernización, por más que exista toda la buena voluntad.

Los líderes cruceños, que han sido los abanderados de la autonomía permanecen agazapados y amedrentados, aunque muchos de ellos lucen muy bien acomodados con el centralismo secante, como lo hicieron muy bien en el pasado. Otros anticipan que van a dar pelea y que van a exigir que se lleve adelante un pacto fiscal que signifique un avance en la descentralización, única manera de buscar que Bolivia supere su atraso estructural.

El problema es que, como sabemos, el Gobierno central también está dispuesto a dar pelea para conseguir que el centralismo se mantenga tal como está y que se profundice aún más. La prueba está en las intenciones de quitarles a las gobernaciones y los municipios los recursos de seguridad ciudadana para que los administre el Ministerio de Gobierno. Lo peor de todo es que para conseguirlo, el régimen no mide sus métodos y estrategias.

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