Un extranjero fundó la República de Bolivia y desde entonces parece que no hemos podido librarnos del estigma de un país que necesariamente debe ser tutelado por agentes externos, porque somos incapaces de gobernarnos y crear un Estado con autonomía para asegurar un mínimo de bienestar en paz y con justicia.
Casi todos nuestros vecinos nos han mutilado el territorio nacional, como si existiera una conjura para la desaparición de Bolivia, por el hecho mismo de que nosotros no hemos hecho más que contribuir a la inviabilidad.
Una empresa petrolera transnacional nos llevó a la Guerra contra Paraguay y un extranjero fue contratado para defendernos; tuvieron que ser los “indeseables” gringos los que pongan orden en el país cuando éste se estaba convirtiendo en una “narco-república” y una vez son expulsados por una “cuestión de dignidad” volvemos a caer en las garras del narcotráfico, que lucen imparables ahora que están promovidas desde algunos estamentos públicos.
Los extranjeros nos dicen qué hacer porque no hallamos el rumbo, ni siquiera para buscar un horizonte de desarrollo. La carretera Santa Cruz-Cochabamba fue el fruto de una política que se originó en el exterior para tratar de sacar a Bolivia del pozo de la monoproducción y el rentismo que lamentablemente sigue siendo una barrera para nuestro futuro.
Una vez un embajador norteamericano hizo recomendaciones específicas sobre cómo votar en Bolivia y hoy tal vez muchos estén llegando a la conclusión de que tenía razón, aunque “por dignidad” nadie se atrevería a reconocerlo. Otra embajadora, muy suelta de cuerpo, dijo también que los bolivianos “no tenemos cojones” para cambiar la justicia y que en los tribunales “no hace falta contratar un abogado, porque es más fácil pagarle a un juez”. La gente se escandalizó por esas palabras que habría que tenerlas en cuenta justo hoy, 13 años después y cuando hay supuestamente un proceso revolucionario en marcha que también ha hecho cambios “trascendentales” en el sistema judicial.
Todo viene a propósito del extranjero más ilustre que ha visitado nuestro país en los últimos tiempos, el actor de Hollywood Sean Penn, quien lamentablemente ha ayudado a poner al desnudo frente a los grandes reflectores mundiales toda la miseria que ocurre en Bolivia. Ni siquiera una superproducción cinematográfica podría superar la pesadilla que hemos estado presenciando.
Sean Penn habla de un tumor metido en el sistema judicial, de violación a los derechos humanos, de abuso y de los excesos del poder que hemos padecido a diario todos los bolivianos en mayor o menor medida desde que nació la república. Por desgracia esa misma lacra permanece intacta y parece haberse desarrollado aún más al amparo de un régimen que impide el funcionamiento de los mecanismos democráticos que naturalmente deben operar en el control y el contrapeso.
Quienes hablan tanto de dignidad y se ufanan de haber expulsado a los agentes foráneos que se inmiscuían en nuestros asuntos, deberían estar avergonzados por todo lo que está sucediendo. Y no se trata solo de renegar de nuestra realidad, de nuestras lacras, sino del hecho que tenga que venir necesariamente un extranjero para mostrarnos lo que sucede, de lo contrario, todo seguiría en las mismas condiciones.
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