Una empresa ícono de industria textil de Bolivia podría cerrar sus
puertas y dejar en la calle a por lo menos cinco mil personas que
dependen de forma directa e indirecta. Las razones que han llevado a la
crisis a esta compañía son también muy emblemáticas en estos tiempos de
cambio.
Decimos que Ametex es un símbolo, no sólo porque es la más grande del
país, sino porque, instalada en El Alto, llegó a producir su propia
materia prima, crear una escuela y su propio esquema de producción de
prendas de vestir y de esa forma conquistar altos estándares de calidad
que le permitieron posicionarse en exigentes mercados internacionales
como el de Estados Unidos, elaborando piezas de la marca Polo y otras.
Antes de que se suspendan las preferencias arancelarias contempladas en
la ley ATPDEA, Ametex exportaba hasta un millón de prendas de vestir a
Estados Unidos. La falta de cooperación de Bolivia hacia la lucha contra
el narcotráfico, cuya expresión más fuerte se materializó en la
expulsión de la DEA y del embajador norteamericano, motivó la suspensión
de esas ventajas y por ende, la extinción del principal mercado para
los textiles y muchas otras manufacturas que habían conseguido excelente
aceptación en la plaza más difícil del mundo.
El Gobierno boliviano minimizó el impacto de la suspensión de las
preferencias arancelarias norteamericanas y anunció inmediatamente la
puesta en marcha de convenios con Venezuela, Argentina y Brasil para
reemplazar el espacio perdido. Al cabo de cuatro años ninguno de los
ensayos que hicieron las autoridades dieron frutos y según datos del
Instituto Boliviano de Comercio Exterior, entre los tres países no
alcanzan ni siquiera al diez por ciento de los textiles bolivianos que
importaba Estados Unidos. El proteccionismo, la burocracia y la falta de
voluntad han sido mucho más fuertes que el compadrerío político que
siempre termina perjudicando a Bolivia.
Con la crisis de Ametex, el buque insignia del rubro, toda la industria
textil boliviana, compuesta sobre todo por pequeños y medianos
productores, podría verse afectada. Fiel a sus fórmulas equivocadas, el
Gobierno ha ofrecido hacerse cargo del bulto, aprovechando la capacidad
instalada y los recursos humanos para poner en marcha el proyecto
Enatex, que viene a ser como el Papelbol de los textiles. En el mejor de
los casos se podría llegar a repetir la historia de Huanuni, es decir,
absorber una gran cantidad de supernumerarios con la misma producción,
pero el principal problema sigue siendo la ausencia de los mercados, que
no han sido creados ni estimulados y más bien han sido ahuyentados por
las políticas públicas.
Para colmo de males, la industria textil boliviana es una de las más
afectadas por la debilidad estatal que no se atreve a aplicar un decreto
que prohíbe la importación y el comercio de la ropa usada y por otro
lado, no tiene la autoridad para conseguir mejores resultados en la
lucha contra los contrabandistas, que gozan de la protección de las
comunidades y organizaciones que configuran el cuadro del poder
dominante.
El Gobierno se entusiasma con la quinua porque los productores han
logrado exportar 34 millones de dólares, pero pierde de vista que una
sola empresa, la misma que hoy está en la cuerda floja, vendió el triple
de esa cantidad, con la ventaja de que se trata de un producto con
mayor valor agregado. Hace poco el Gobierno sacó la conclusión de que
los privados no saben hacer empresa y que el Estado es la única salida.
¿Lo dirá de nuevo?
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