Con todo lo que ha estado ocurriendo en los últimos meses, y en todo este año para ser exactos, el Gobierno se juega más de lo que había calculado en las elecciones judiciales del 16 de octubre. En principio se había propuesto ganar a como dé lugar con esos comicios, gracias a toda una serie de maniobras que ya forman parte de la conducta política de un régimen que se propuso desde sus inicios adueñarse de todo el poder republicano. En ese escenario, el MAS apenas jugaba una porción más de la credibilidad que ha estado perdiendo últimamente, a cambio de apoderarse por completo del Órgano Judicial, al que, obviamente, pretende instrumentalizar a favor de la persecución política y la consolidación hegemónica.
Lamentablemente, para el Gobierno, toda la credibilidad y legitimidad que podía conservar luego del gasolinazo, los autos "chutos" y otros gruesos errores que ha cometido en los últimos meses, se les ha ido de las manos con el conflicto del Tipnis, de ahí que surja la desesperada idea de postergar las elecciones tras la salvaje represión de los indígenas ocurrida el pasado 25 de septiembre.
El riesgo ahora es que lo del 16 de octubre resulte mucho más desastroso de lo que se había calculado. Es obvio que todos los que tenían dudas antes del Tipnis, ahora saben muy bien cómo pueden manifestar su rechazo al Gobierno, lo que podría traducirse en una cantidad enorme de votos nulos que le impida a las autoridades electorales recurrir a los efectos de camuflaje que han estado preparando para convalidar unas elecciones que nacieron torcidas.
Los datos de las últimas encuestas señalan que muy pocos ciudadanos, no más del ocho por ciento, conocen a los candidatos a ocupar los cargos judiciales, lo que seguramente repercutirá en un gran nivel de ausentismo, un problema que había sido superado en Bolivia y que, junto con los votos nulos, le restará legitimidad al proceso. Si bien –insistimos-, nuestros gobernantes tenían previsto aplicar una buena dosis de descaro para convertir una derrota en victoria y declarar pese a todo el triunfo de un nuevo modelo de administración de justicia, con estos antecedentes hará falta mucho más que la acostumbrada sinvergüenzura y el ya tradicional abuso para disimular el desastre que se avecina. El problema es que la gente ya no está dispuesta a tolerar estas actitudes.
El otro cálculo, que hace mucho ya fue observado por el presidente Morales, como "un mal cálculo" resultó de la necesidad de someter al Gobierno a un nuevo acto plebiscitario de los muchos que ha habido en estos años, para ir apuntalando el avance del régimen. Resulta obvio que lo del 16 de octubre no solo se constituirá en una amplia derrota del proceso de cambio, de su proyecto político y de sus posibilidades de expansión, sino también la consolidación del rechazo a la figura del primer mandatario que hasta ahora se había mantenido separada de las críticas efectuadas hacia su gestión.
Los resultados del próximo domingo, porque no falta más para el "día D", sin duda alguna marcarán definitivamente el destino del MAS, cuyas aspiraciones de prolongar el mandato de Evo Morales, podrían quedar sepultadas para siempre. Todos creían –especialmente el Gobierno-, que el 16 de octubre iba a ser una jornada de puro trámite. Ellos han sido los encargados de darle una relevancia histórica y precisamente ese día la democracia que los puso en el lugar donde están les pasará la factura.
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