Los historiadores deben poner mucha atención a lo que ocurre estos días con la marcha de los indígenas que defienden el Tipnis. Cada día se suman nuevas connotaciones que le otorgan a caminata una trascendencia histórica, como ocurrió con otras manifestaciones similares, precisamente a cargo de los mismos protagonistas. Es obvio que los originarios del oriente nos han mostrado a todos la verdadera realidad nacional y es posible que ellos marquen el inicio de un periodo de reconciliación, luego de varios años de instigación al enfrentamiento entre bolivianos. Los nativos de tierras bajas, dignos, pacíficos, pacientes y con mucha altura humana, han dejado muy mal parado a ese Estado andinocentrista: cobarde, violento, atropellador, que reprime y esconde la mano, que no dialoga y que sólo busca imponer. No es solo el Gobierno de Evo Morales el que ha quedado al desnudo, es toda una tradición de 186 años de manejo político en Bolivia que ha dejado al país en la situación actual. Los marchistas llegan a La Paz para reclamarle a toda una élite paceña –no solo al MAS y al Presidente-, que el país debe cambiar hacia la democracia, la transparencia y la autodeterminación de los pueblos.
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