Con esa cara que tenía el presidente el domingo pasado, no se puede gobernar, al menos no de la manera que pretende hacerlo el primer mandatario. Evo Morales no ha podido ocultar el sentimiento de derrota que le causó el “anulazo” que le propinó la población, aunque de la boca para afuera pretenda hacer ver que “aquí no ha pasado nada” y que las cosas pueden continuar según lo planeado.
La legitimidad, tan cuestionada últimamente por los voceros del régimen, ha sido un concepto del que precisamente se agarró el MAS durante todos estos años para violar las leyes y “meterle nomás” como ordenaba el jefazo desde las tarimas. No puede esgrimir ahora, y sobre todo ahora que toda la credibilidad del régimen se ha ido al despeñadero, que la legitimidad no sirve para nada y tratar de aferrarse a un legalismo absolutamente frágil y vacío. Intentar aferrarse, bajo el manto de la desesperación, a leyes espurias que no han parido más que conflictos y contradicciones, es sin duda alguna, la peor estrategia que el Gobierno puede asumir, después de todo un año de errores garrafales que comenzaron con el gasolinazo, luego con la amnistía a los autos chutos y que terminaron con la tremenda paliza a los indígenas del Tipnis, que dicho sea de paso, están por poner pie en La Paz, para terminar de hacer llover sobre mojado.
Después del gasolinazo el presidente prometió obedecer al pueblo, pero lamentablemente no lo ha cumplido. No lo hizo con el Tipnis y ahora busca la manera de sortearle a un resultado electoral abrumador, el más claro que se haya producido en las urnas en la historia de Bolivia. Tratar de desconocerlo, de negarlo o intentar pasar por encima de una decisión soberana, es simplemente meter la tierra debajo de la alfombra, con el riesgo de que en el futuro, las relaciones entre ciudadanía y Gobierno se pongan aún más tirantes.
Reina la confusión entre las autoridades nacionales. Nadie se pone de acuerdo sobre la manera cómo encarar los resultados, y lo peor de todo es que existen algunas voces que advierten sobre la posibilidad de la manipulación de los datos en el Tribunal Supremo Electoral. Demasiada tardanza en el conteo de los votos; cuestionamientos hacia los responsables de la elección; algunas maniobras dudosas como llevar las actas de escrutinio de Santa Cruz a La Paz; aquel episodio de las dos pobres mujeres embarazadas que fueron encarceladas por ejercer su derecho ciudadano al control del voto, todo eso incrementa el malestar de la gente, que contempla azorada cómo los operadores políticos intentan hacer lecturas estrafalarias de un acto electoral que no admite la más mínima confusión.
Por primera vez en el año el presidente y sus ministros deben asumir una conducta responsable. Deben despertar de su obnubilación, de esa borrachera de poder que los llevó a quemar etapas y a salirse de la pista. El Gobierno ya no es el del 2008; en un año han pasado demasiadas cosas. En Bolivia diez meses es demasiado tiempo y para un liderazgo, aún tan importante como el de Evo Morales, la suma de tantos errores, esa actitud de tanta confrontación con el pueblo y de desobediencia hacia los mandatos que emanan del soberano, puede llevarlo al fracaso total y sabemos lo que eso significa en este país tan complejo.
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