miércoles, 5 de octubre de 2011

El tobogán económico

Bolivia es uno de los países de mayor tradición minera en el mundo. Las explotaciones de este sector en el país llevan más de 500 años de forma ininterrumpida y con seguridad es la actividad a la que se le ha puesto mayor empeño en la historia nacional. Pese a todo y como si fuera una maldición, los vaivenes de la minería posiblemente son los que mejor explican la realidad boliviana, sumida siempre en la incertidumbre, en la zozobra y en la postergación. 

Lo sucedido estos diez últimos años resume mejor que ningún otro lapso lo que ha pasado en la segunda mitad del pasado milenio. Más todavía, resulta ser posiblemente un periodo paradigmático de la tragedia boliviana. 

Nunca antes en la historia del país se habían producido precios tan altos de las materias primas que exporta Bolivia, especialmente del oro, la plata y el estaño, que batieron una y otros vez marcas históricas que hicieron trepar los ingresos y las reservas como nunca antes. Se calcula que, desde que asumió Evo Morales la presidencia, es decir, el periodo de mayor bonanza minera y de otras materias primas, los ingresos públicos se han multiplicado por cinco en relación a anteriores gestiones gubernamentales. 

El auge minero se tradujo en una explosión del consumismo en las regiones de mayor incidencia de esta actividad, provocó también la reproducción del fenómeno de los supernumerarios en las explotaciones estatales, especialmente en Huanuni, donde se contrató a 4.800 obreros por encima de los requeridos por la industria (800 en total) sin que eso haya significado un aumento de la producción de estaño. 

Pese al aporte económico que ha estado realizando la minería al erario público, el Gobierno no ha tomado ni la más mínima previsión para encarar el periodo de las “vacas flacas” que ya comienza a sentirse con la recesión mundial que ha tirado abajo los precios de los metales. La empresa Huanuni y ninguna otra no han hecho las inversiones necesarias para dar el paso de la industrialización (y cuando menos la modernización de las plantas), tampoco hay reservas que ayuden a paliar la emergencia y no se ha hecho la transferencia adecuada de recursos de tal forma de diversificar la economía nacional y reducir la excesiva dependencia de las materias primas. En este momento, casi el 90 por ciento del comercio exterior boliviano depende de la minería y los hidrocarburos pese a que una y otra vez se ha estado machacando con la industrialización, una promesa que se quedó en el discurso. Para colmo de males, el clima político boliviano ha afectado seriamente la llegada de inversiones y reiteradamente, informes internacionales colocan a Bolivia como uno de los peores sitios para establecer industrias, especialmente en el campo extractivo. 

Recientemente han surgido datos escalofriantes sobre la realidad minera boliviana que siempre ha sido excesivamente vulnerable a las crisis mundiales. La historia demuestra que Bolivia nunca ha estado blindada y menos lo va a estar con este cuadro de dependencia que muestra cómo Huanuni, por ejemplo, está al borde de trabajar a pérdida, como sucedía antes de 1985. En ese sentido, ha vuelto a hablarse del fantasma de las relocalizaciones, de los subsidios estatales, de crear otro banco minero que se encargue de comprar toda la producción de los socavones, etc. Es como si la trágica película boliviana de vaivenes y toboganes, de riqueza y miseria a la vuelta de la esquina  volviera a repetirse frente a nuestros ojos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario