Me gustaba ver “Next”, un programa de televisión bastante livianito
que les daba la oportunidad a grupos de jóvenes o señoritas, de poder
elegir pareja en cuestión de segundos. A veces, apenas miraban al
candidato (a) le decían “Next” para que pase el siguiente. Un día mi
hija me preguntó qué le veía de bueno yo a esa tontería y le respondí con
otra pregunta: ¿cuánto te tomaría a vos darte cuenta que un chico es
un patán? “Un ratingo nomás”, me respondió. “Ojalá que sepas huir a
tiempo –le dije-, y que puedas gritar bien fuerte: Neeeext”.
Una discusión intrascendente que se sale de los límites civilizados;
una compañía inconveniente; un lugar inapropiado; un “jugoso”
negocito; una oferta “imperdible”. ¿Estamos preparados para huir de
ciertas circunstancias que a veces se muestran seductoras pero que en
en fondo estamos seguros que nos van a conducir al arrepentimiento?
Cada vez que estoy en una aglomeración, por ejemplo, me acuerdo de mi
padre. Hace mucho que él aprendió a huir de los bullicios y de esas
situaciones que causan alboroto y que siempre son terreno fértil para
la inseguridad. Lo malo es que lo tengo presente cuando ya estoy
arrepentido de haber caído ahí, cuando el agobio, los codazos y los
pisotones ya son inevitables.
Hay ocasiones, sin embargo, que no saber huir a tiempo deja secuelas
mucho más dolorosas que un pisotón y consencuencias con las que tal
vez tengamos que convivir el resto de nuestra existencia.
Lamentablemente son muy pocos los que saben enfrentar las
oportunidades y son demasiados los que no tenemos desarrollado el
“nervio” del escape, que seguramente nos podrían ahorrar más de un
dolor de cabeza. Ojalá fuera eso nomás.
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