¿Alguien extrañó a algún político el miércoles pasado en La Paz? ¿Algún líder del tamaño de Napoleón o de Gengis Kan tuvo tanta fuerza para sacar esas inmensas columnas de gente para saludar a los marchistas del Tipnis, cuando éstos llegaban a la sede de Gobierno? Es obvio que ningún dirigente político tiene suficiente fuerza para movilizar tantas voluntades y se equivocarían también en el caso de que pretendan atribuir el “anulazo” del domingo a uno o más políticos de la oposición. No fueron ellos, ni de manera individual ni colectiva. ¿Quién fue? Fue la indignación, esa misma que corre por Londres, por Madrid, por Nueva York y Buenos Aires y que se moviliza a través del Facebook, del Twitter y otras redes sociales. Ha sido la misma capacidad organizativa que provoca el hastío hacia los mismos vendedores de ilusiones de siempre. En Bolivia, los indígenas han sido el catalizador, como los fueron los inmigrantes discriminados en Inglaterra, pero es el mismo sentimiento que alguna vez se expresó en el grito: “que se vayan todos”. Cuidado, no hay que mirar con desdén a este fenómeno. En Libia se acaba de llevar a un líder que se creía una deidad invencible.
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