El Gobierno de Evo Morales jamás ha dialogado con nadie y no sabe cómo hacerlo, ni siquiera cuando tiene a los marchistas del Tipnis en las puertas del Palacio Quemado, después de haber caminado durante 66 días, tiempo en el que pidieron insistentemente la presencia del presidente Morales en la carretera. Ya sabemos que en lugar de diálogo les envió palo, además de un gran derroche de soberbia, expresado en frases como “la carretera se construirá sí o sí aunque estén en contra” o como la propuesta de someter sexualmente a las indígenas para conseguir la aprobación del proyecto.
Durante estos dos meses el Gobierno jamás ha reconocido en los indígenas a un interlocutor válido. Los ha insultado, los ha acusado de intentar derrocarlos, los ha relacionado con el delito, con el imperio y la piratería. De esa misma manera ha procedido con todos aquellos sectores que alguna vez manifestaron cierta disidencia con el régimen. En otras circunstancias los marchistas del Tipnis han podido quedar como terroristas, tal como sucedió con los impulsores de la autonomía en Santa Cruz o presos, perseguidos y algunos conviviendo con los gusanos como les pasó a los pandinos, a los chuquisaqueños y también a los cochabambinos.
El Gobierno no está preparado para escuchar y menos para ceder. La autonomía era una amenaza tremenda para el hipercentralismo que el MAS ha construido en el país; Pando debía caer para darle paso al proyecto geopolítico boliviano-venezolano que tiene al narcotráfico como uno de sus principales componentes y ahora el Tipnis es, por supuesto, el elemento imprescindible del marco estratégico de un régimen cuya política medular se encuentra en la promoción de la coca y sus derivados, para consolidar un Estado de estructura ilegal e informal. Por eso es que las autoridades evaden el diálogo, porque Bolivia está sometida a fuerzas constrictoras de las que es imposible desprenderse. Son compromisos demasiado fuertes en los que hay muchos recursos y proyectos comprometidos.
Los líderes del “proceso de cambio” jamás podrían haber sospechado que las más grandes contradicciones al plan siniestro que tienen preparado para este país pudieran haber surgido desde adentro de la sólida estructura de poder que han construido para respaldar la impostura. Menos hubieran podido visualizar el inmenso apoyo que la causa de los marchistas ha conseguido en los nueve departamentos, respaldo que se traduce automáticamente en un fuerte rechazo al régimen del MAS, que lo pudo constatar de manera fehaciente el domingo en la votación para elegir a las autoridades judiciales.
El Gobierno ahora se encuentra solo y con la misión de convencer a todos que él es el único que tiene la razón, el único que defiende el cambio y que el resto de la nación está equivocada. Tiene el gran reto de mostrarse como el único ente digno, comprometido con los grandes intereses nacionales y defensor de las causas más justas como los derechos de la madre tierra. Debe seguir tratando de demostrar que son los mejores exponentes de la defensa de los indígenas y de su territorio. Su misión es lograr –en circunstancias muy adversas por cierto-, que al menos un puñado de bolivianos siguen creyendo en el Estado Plurinacional. Es por todo eso que, si bien se puede producir un careo entre los indígenas y el presidente, el diálogo, un intercambio sincero que esté destinado a variar el rumbo, a recomponer las cosas, a rectificar y cuando menos, a conseguir la reconciliación nacional, parece tarea imposible.
Durante estos dos meses el Gobierno jamás ha reconocido en los indígenas a un interlocutor válido. Los ha insultado, los ha acusado de intentar derrocarlos, los ha relacionado con el delito, con el imperio y la piratería. De esa misma manera ha procedido con todos aquellos sectores que alguna vez manifestaron cierta disidencia con el régimen. En otras circunstancias los marchistas del Tipnis han podido quedar como terroristas, tal como sucedió con los impulsores de la autonomía en Santa Cruz o presos, perseguidos y algunos conviviendo con los gusanos como les pasó a los pandinos, a los chuquisaqueños y también a los cochabambinos.
El Gobierno no está preparado para escuchar y menos para ceder. La autonomía era una amenaza tremenda para el hipercentralismo que el MAS ha construido en el país; Pando debía caer para darle paso al proyecto geopolítico boliviano-venezolano que tiene al narcotráfico como uno de sus principales componentes y ahora el Tipnis es, por supuesto, el elemento imprescindible del marco estratégico de un régimen cuya política medular se encuentra en la promoción de la coca y sus derivados, para consolidar un Estado de estructura ilegal e informal. Por eso es que las autoridades evaden el diálogo, porque Bolivia está sometida a fuerzas constrictoras de las que es imposible desprenderse. Son compromisos demasiado fuertes en los que hay muchos recursos y proyectos comprometidos.
Los líderes del “proceso de cambio” jamás podrían haber sospechado que las más grandes contradicciones al plan siniestro que tienen preparado para este país pudieran haber surgido desde adentro de la sólida estructura de poder que han construido para respaldar la impostura. Menos hubieran podido visualizar el inmenso apoyo que la causa de los marchistas ha conseguido en los nueve departamentos, respaldo que se traduce automáticamente en un fuerte rechazo al régimen del MAS, que lo pudo constatar de manera fehaciente el domingo en la votación para elegir a las autoridades judiciales.
El Gobierno ahora se encuentra solo y con la misión de convencer a todos que él es el único que tiene la razón, el único que defiende el cambio y que el resto de la nación está equivocada. Tiene el gran reto de mostrarse como el único ente digno, comprometido con los grandes intereses nacionales y defensor de las causas más justas como los derechos de la madre tierra. Debe seguir tratando de demostrar que son los mejores exponentes de la defensa de los indígenas y de su territorio. Su misión es lograr –en circunstancias muy adversas por cierto-, que al menos un puñado de bolivianos siguen creyendo en el Estado Plurinacional. Es por todo eso que, si bien se puede producir un careo entre los indígenas y el presidente, el diálogo, un intercambio sincero que esté destinado a variar el rumbo, a recomponer las cosas, a rectificar y cuando menos, a conseguir la reconciliación nacional, parece tarea imposible.
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