La semana pasada me saltó a los lopopos la noticia de un granjero
irlandés –muy puritano él-, que se las agarró contra la famosa
estrella pop Rihanna, a quien le había autorizado grabar un video en
su propiedad. Cuando vio que la bella cantante circulaba en paños
menores entre sus vacas y sus tractores, montó en cólera y les pidió a
camarógrafos, directores, sonidistas y por supuesto, a la propia
Rihanna, que se marchen del lugar, sin importarle fama, glamour y todo
eso que para el agricultor significa muy poco.
No voy a lanzar vivas aquí por la moralidad del granjero. Suelo
cuestionar algunos dogmatismos que tienen especial fijación en los
pecados que involucran la zona de la pelvis y pasan por alto tremendas
vigas individuales y colectivas. Esos fariseísmos no van conmigo.
Lo que sí rescato es la convicción de aquel irlandés, que sin llegar
al fanatismo –porque al final se hizo amigo de Rihanna-, no cayó en el
relativismo que tiene en crisis a nuestra sociedad. Cualquiera de
nosotros hubiera hecho una excepción por tratarse de una persona tan
famosa y así, la tolerancia se convierte fácilmente en permisividad y
la flexibilidad en libertinaje. Al final, todo nos parece normal,
aceptable y ya nada nos espanta.
El otro día me detuve en la esquina de la avenida Beni y segundo
anillo. Pude contar 15 niños y jóvenes de ambos sexos que consumían
clefa frente a los ojos de todos. Ya no están escondidos en El Arenal,
en la Cruz Verde o en los canales de drenaje. Nos asaltan la vista en
un sitio donde pasan miles de personas todos los días. Y así como esa
realidad hay muchas otras que ya ni siquiera nos hacen cosquillas. El
día en que haya muchos como aquel granjero, capaces de no pasar ni una
sola, en ninguna circunstancia, tal vez podamos aspirar al cambio del
que tanto se habla.
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