viernes, 9 de marzo de 2012

La Bolivia que soñamos

Hace algunos años un político latinoamericano popularizó una frase que lo terminó inmortalizando: “Estamos mal, pero vamos bien”, dijo, para tratar de que la gente se enfoque en el futuro del país, el que estaba construyéndose gracias al proceso de reformas impulsadas por su Gobierno. En honor a la verdad Bolivia está bien, pero va muy mal.

Está bien porque se mantienen altos los ingresos; los productos de exportación siguen conservando sus precios favorables y hay una economía subrepticia que no deja ver los remezones provocados por la crisis europea y el estancamiento norteamericano. Va muy mal por varias razones, especialmente porque cada día se desdibuja con mayor claridad el bosquejo institucional que se había logrado ensamblar a lo largo de la historia republicana. Veamos algunos ejemplos.

Pese al gran derroche que ha hecho el régimen de Evo Morales por montar un aparato legal gigantesco, la ley se ha vuelto objeto de burdas manipulaciones y negociaciones que terminarán por destruir la credibilidad del Estado Plurinacional y lo llevarán al debilitamiento. No vamos a referirnos a las propias contradicciones, el Tipnis, la consulta previa y la estafa a los indígenas, sino a la “ganancia de pescadores” que ha comenzado a generarse producto de esa inconsistencia. Mototaxistas, contrabandistas, chuteros, loteadores profesionales y una pléyade de grupos informales organizados, se las ingenian para negociar las leyes y el Gobierno acepta, generando así agujeros negros  que muchos otros van a querer aprovechar.

La torpe manipulación de la economía está llevando a situaciones que se vuelven incontrolables. La prohibición de exportar productos alimenticios, la mano de Emapa y otras restricciones han distorsionado por completo el equilibrio del mercado y ahora tenemos a un grupo de arroceros, exigiendo con absoluta irracionalidad, que el Gobierno les compre toda su producción a un precio mucho mayor al vigente. Hoy serán los productores de arroz, mañana serán los maiceros, de la misma forma que los cañeros de Tarija exigen su propio ingenio. ¿Si el Estado comete la irracionalidad de construir una millonaria planta de azúcar donde no hay una sola hectárea de caña o una fábrica de cartón donde no existe la materia prima, por qué no puede hacer lo mismo en otros sitios? El razonamiento es válido para el tamaño del disparate que ha montado el socialismo boliviano. Hasta el presidente lo ha criticado cuando afirma que Bolivia pierde plata con las nacionalizaciones.

Cada día hay un linchamiento y a veces más de uno. La gente parece haber terminado de convencerse que no van a funcionar las reformas institucionales tantas veces prometida en la Policía Nacional y la costosa rearticulación que se ha implantado en la Justicia, donde ha cambiado todo menos la politización, la corrupción y la retardación, precisamente lo que estaba llamado a cambiar en primer lugar. Los campesinos se enfrentan en el altiplano por controlar un territorio y en el Tipnis los indígenas preparan sus armas para hacer lo propio, mientras el Gobierno parece un auspiciante de la violencia.

Es obvio que esta no es la Bolivia que todos hemos soñado alguna vez. En todo caso, parece tener un futuro de pesadilla y a este paso, no son desatinados los pronósticos que hace el Departamento de Defensa de Estados Unidos, cuando indica que el país está gravemente amenazado por las turbulencias.

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