Por fin ha salido el humo blanco en el prolongado y tortuoso camino que se han trazado Bolivia y Estados Unidos para normalizar sus relaciones, que sufrieron un cortocircuito hace cuatro años, cuando el Gobierno boliviano decidió expulsar al embajador norteamericano Philip Goldberg, acusado de conspirar contra la estabilidad del régimen de Evo Morales.
En noviembre del año pasado y luego de intensas negociaciones conducidas casi en la orfandad por la Cancillería boliviana, se logró firmar un acuerdo marco para las relaciones bilaterales, una figura inédita en la diplomacia estadounidense y que le fue concedida a Bolivia, ante renuentes insistencias de establecer relaciones de igualdad y respeto a la soberanía. Washington no solo accedió a firmar ese acuerdo, sino que acaba de enviar a un funcionario de alto nivel a La Paz, donde se llegó a acordar la reposición de embajadores, algo que sin duda alguna es de gran importancia para iniciar una nueva etapa de entendimiento.
“Respeto” y “cooperación” son las palabras claves de esta relación. Bolivia lo ha exigido con mucha vehemencia y en honor a la verdad, no necesariamente ha correspondido de la misma manera, ya que han sido frecuentes los insultos y las acusaciones sin fundamentos a las diferentes agencias norteamericanas que tienen representación en Bolivia, algunas de las cuales han sido expulsadas del territorio. En reiteradas ocasiones, el Gobierno norteamericano le ha manifestado al régimen de Evo Morales que desea intensamente mantener vínculos de amistad, más allá de las consideraciones políticas e ideológicas, sin embargo, no se ha logrado avanzar, precisamente porque hay ciertos sectores gubernamentales que constantemente se han encargado de fabricar barreras artificiales en la relación.
La cooperación es un hecho y una necesidad. El propio Gobierno lo ha recalcado, cuando afirma que Estados Unidos debe seguir aportando, especialmente a la lucha contra el narcotráfico. Kevin Whitaker, quien encabezó la misión norteamericana en días pasados, ha hecho efectivo el compromiso de la Agencia de Cooperación Norteamericana USAID, de aportar con 22 millones de dólares en salud en los próximos seis años. Además de aquello, han acordado fortalecer la cooperación judicial, la ayuda al desarrollo y el comercio.
El Gobierno boliviano necesitará una fuerte dosis de madurez para encarar esta nueva etapa. Es necesario considerar a Estados Unidos como una realidad que no se puede cambiar con discursos ni con afrentas y que este tipo de posturas, no solo son estériles e innecesarias, sino que perjudican al país, puesto que se trata de uno de los principales socios comerciales que tiene el país y uno de los que más ayuda brinda en distintos campos.
La coca y la lucha contra el narcotráfico son dos aspectos sumamente sensibles y aquí se necesitará una visión muy amplia y sincera de ambas partes. Primero, porque la coca no puede ser abordada desde una mirada radical como se intentó en el pasado y segundo, porque el régimen del MAS debe comprender que los desbordes han sido contraproducentes, no solo para la imagen del país, sino que también ponen en peligro la estabilidad de la democracia y de la nación en su conjunto. El narcotráfico se ha desbordado en Bolivia, hay que atacarlo con fuerza y eso no es posible sin la cooperación internacional, de Estados Unidos y de todos los países y actores que de alguna manera estén involucrados en el problema. Si no se miran estos aspectos con claridad, es imposible pensar en mejorar las relaciones.
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