Es tiempo de ayunar. Lo dice la religión en estos tiempos de Cuaresma,
lo recomiendan los que se preocupan por los elevados índices de
obesidad que están causando estragos en la salud de la humanidad y,
por supuesto, el ayuno es también una práctica común en esta sociedad
boliviana siempre convulsionada que siempre parece estar dispuesta a
ir “hasta las últimas consecuencias”.
El ayuno está presente en muchas religiones. Se trata de
un método eficaz de desintoxicación del organismo que actúa
directamente en estados de lucidez de la mente. Gracias a la privación
temporal de alimentos, la mente humana se
abre a la comprensión de “lo espiritual”, que suele ahuyentarse de
los cuerpos embotados por grasas, carbohidratos y proteínas. Al
ingresar en un estado de ayuno avanzado, el cerebro segrega grelina,
un químico cerebral que tiene un efecto nootrópico (estimulante de la
memoria) y también promueve la secreción de neurotrofinas, muy
importantes en la formación de nuevas neuronas.
La privación de alimentos no es, sin embargo, la peor de las torturas
para aquellos que disfrutan de la glotonería. El peor tormento que se
le puede aplicar a un ser humano es la vigilia. La falta de sueño
suele llevar al individuo a estados de desesperación tales, que no
existe nada que alguien obligado a permanecer en vigilia, no esté
dispuesto a hacer o a confesar. Los expertos aseguran que en el mundo
hay muchos más dormilones que glotones. Además, nadie llegar tarde a
su trabajo por comer, pero sí por dormir por demás.
Volviendo al ayuno, mi amigo Raúl Arrázola me dice que un buen
cristiano tiene que privarse de muchas cosas. Mover la lengua, por
ejemplo, criticar, envidiar, juzgar a los demás, andar en chismes… Esos
tipos de ayuno son mucho más eficaces y recomendables.
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