domingo, 25 de marzo de 2012

La eterna tragedia boliviana

Acabamos de vivir otra semana llena de los malos recuerdos que rodean a la pérdida del acceso soberano al Océano Pacífico. Bolivia debe ser el único país del mundo que conmemora con tanta pompa una derrota militar que se ha constituido en la mayor excusa nacional, que nos ayuda a justificar nuestro atraso y nuestra mediterraneidad mental. Vuelven las historias mal contadas, los intentos fallidos de gobernantes que jamás tomaron en serio el Estado boliviano, que incluye en primer lugar a su población y en segunda instancia, como una materia indisoluble, a su territorio.

Perdimos el mar porque a los gobernantes bolivianos jamás les ha interesado el país como un todo y apenas se han preocupado por mantener el poder que heredaron de los españoles para seguir despojándolo de la misma forma que lo hicieron los conquistadores. El litoral fue arrebatado por el invasor, mal defendido por los mandamases de turno y entregado en bandeja por los herederos de ese poder, que acordaron un trueque motivado únicamente por los intereses de un grupo,  que terminó condenando a Bolivia para siempre.

Lo mismo ha pasado con toda una serie de tragedias bolivianas. El Acre, ese lejano y rico territorio ignorado por el Estado -como sigue ocurriendo hoy con muchas otras zonas-, fue arrebatado con la misma facilidad y poca resistencia que había sucedido en el Pacífico. El Ejército, ausente, ocupado en las tareas de protección al poder, dejó todo prácticamente en manos de civiles y comerciantes del lugar, que poco pudieron hacer para evitar una nueva mutilación territorial, tal como había sucedido en Calama años atrás.

La Guerra del Chaco fue otra vergüenza mundial. Dos estados subordinados a los intereses de empresas petroleras que pelean sus intereses, mientras que Bolivia y Paraguay son los que ponen los muertos. Ha sido tal el divorcio de las élites gobernantes con los verdaderos beneficios del país que, no hizo falta la guerra para que Bolivia se vea obligado a ceder el Mato Grosso a nuestros vecinos.

¿Qué cambió desde esos tiempos? Casi nada, las élites, ya sea militares, intelectuales o empresariales, en dictadura o en democracia, jamás vieron en Bolivia un proyecto de país integral, inclusivo y con visión de futuro. De todas las reivindicaciones, la demanda marítima ha sido la más repetitiva, pero aun así, los gobernantes la han usado vergonzosamente para atizar políticamente a la población en momentos críticos para sus intereses. Ni siquiera los movimientos nacionalistas, como el actual, se han podido zafar de esa tentación, mientras que nuestros vecinos, a quienes el presidente Morales acaba de llamarlos “malos vecinos”, han mantenido siempre su consistencia como nación.

¿Puede cambiar? En teoría estamos viviendo un proceso de cambio, pero es muy poco esperanzador en aras de conseguir que Bolivia se encamine hacia un horizonte común que sea capaz al menos de unificar a todos los habitantes en pos de un objetivo de prosperidad. Las evidencias, indican en cambio, que así como las élites del pasado rifaron el destino del país y propiciaron su mutilación por apropiarse de las riquezas naturales, especialmente los minerales y el petróleo, hoy podría pasar lo mismo con la coca. Ese producto no solo podría conducirnos a una nueva guerra, sino a la pérdida de la soberanía a manos de las élites que controlan el mercado mundial de las drogas.

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