De aquí a unos años, tal vez muchos recuerden al papa Benedicto XVI como uno de los que le dio el último empujoncito al régimen comunista de los hermanos Castro en Cuba. Algunos ya mencionan la palabra extremaunción. Lo mismo dijeron de Juan Pablo II, a quien le atribuyen un rol fundamental en el desmoronamiento del socialismo en Europa del Este. Lo que nadie dice es que la oportuna intervención papal en el proceso que condujo al derrumbe del comunismo en Europa (un hecho inevitable) salvó a la región de un atroz derramamiento de sangre que se anticipaba con la caída del Muro de Berlín.
La visita de Juan Pablo II a Cuba en 1998 también tuvo un propósito humanitario, justo cuando la isla comenzaba a quedarse sin el respaldo político y económico de la desplomada Unión Soviética. En aquella ocasión, el sumo pontífice pidió que “Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”, un mensaje destinado a aquellos que relamían por precipitar el giro cubano que hubiera desencadenado la violencia. Al mismo tiempo, les dijo a los dictadores que debían avanzar hacia la democracia, cosa que no ocurrió en estos 14 años, pese a que todos cumplieron su parte de mostrarse tolerantes con el castrismo.
El mensaje de Benedicto XVI ha sido mucho más claro esta vez en relación a Cuba, donde ha afirmado que el comunismo ya no le sirve al país y que la Iglesia ni nadie pueden tolerar un régimen que restrinja tanto la libertad. Ese puede ser considerado un discurso de alto contenido político e ideológico si es que se descuida el contexto. La Iglesia Católica cubana ha estado haciendo grandes esfuerzos por conseguir que la dictadura castrista afloje el torniquete de la represión y la persecución. Luego de la muerte del activista Orlando Zapata, en febrero de 2010, el papel de los obispos fue clave para la liberación de numerosos presos políticos, hecho que descomprimió una crisis que amenazaba con salirse de control, extremo indeseable para todos, incluso para Estados Unidos, porque la cercanía con la isla lo convertiría inmediatamente en el principal perjudicado de una virtual explosión social.
El objetivo del Papa y de todos, por supuesto, es que se termine la dictadura, pero que su final no signifique el inicio de un periodo sangriento de revanchas y ajustes de cuentas. La Iglesia ha estado trabajando intensamente en la reconciliación del pueblo cubano y es ese proceso justamente, el que viene a apoyar Benedicto XVI con su visita pastoral a la isla.
En México la misión de Benedicto XVI es muy parecida. Se trata de darle aliento al Estado y a la población -la segunda más importante del catolicismo en el mundo-, en su lucha contra los narcotraficantes que amenazan con apoderarse del país y que han causado ya cientos de miles de muertes en la última década. Ha sido un gesto de valentía del pontífice, justo cuando surgen críticas a la guerra mundial contra las drogas y cuando hay quienes sugieren que la mejor salida sería claudicar y legalizar el tráfico y consumo de estupefacientes.
En ambos casos, el papa Benedicto XVI hace una apuesta por la vida y por la libertad. Tanto en México como en Cuba, la Iglesia procura que la fe sea la opción válida para restaurar la sociedad. Desde el punto de vista pastoral, ha lanzado un fuerte desafío a los católicos, que representan la mayoría de la población, a convertirse en actores fundamentales de la pacificación y la búsqueda de nuevos caminos que desechen la violencia y la confrontación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario