viernes, 25 de noviembre de 2011

El hambre en Bolivia

El Gobierno ha reaccionado con furia en relación a un reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) que indica que el 26 por ciento de la población boliviana, es decir, unos dos millones de habitantes padecen hambre.

A lo mejor mucha gente está sorprendida al igual que las autoridades nacionales por esta lapidaria realidad que muestra la FAO, porque, en realidad, no se perciben en Bolivia imágenes como las que suele mostrar la televisión de las hambrunas que sufren las naciones de la África Subsahariana.

La representante de la FAO en Bolivia, Elisa Panadés, ha dicho que en su informe no hay ningún dato inventado y que todo se basa en las estadísticas otorgadas por el Gobierno sobre cuánto se produce en alimentos, la cantidad de importaciones y exportaciones, además sobre cuánto se destina para la alimentación animal y para la producción de semillas, entre otras variables. En base a estos datos, el organismo internacional obtiene la información sobre la cantidad de nutrientes, el valor calórico y la calidad de los alimentos que está consumiendo la población y a través de ello concluye que un cuarto de la población está subalimentada.

No se trata de una inmensa población que deambula escarbando los basureros o detrás de los camiones con comida como se podría pensar, sino de un inmenso ejército de niños, mujeres y hombres bolivianos que se acuestan todos los días sin haber llevado lo suficiente al estómago. Son millones de personas que no consumen leche y sus derivados, apenas prueban la carne, cuyo desayuno es un mendrugo de pan y te y el almuerzo, arroz y fideos, como mucho. Todos ellos tienen anemia, padecen de parasitosis, tienen bajo nivel de desarrollo físico y mental por la falta de nutrientes y que a la larga serán víctimas de enfermedades que precisamente anidan en la desnutrición, como la tuberculosis, una patología que presenta índices alarmantes en Bolivia.

¿Dónde están los hambrientos? Pues en los hospitales, llenos de niños muriéndose por diarrea o males respiratorios, males típicos de la pobreza y la malnutrición. Antes de cuestionar las cifras de la FAO, las autoridades bolivianas deberían visitar las escuelas y contemplar allí las miradas de niños pálidos, de bajo crecimiento, que se duermen y que no pueden concentrarse y menos estudiar adecuadamente por la falta de comida. Que miren a nuestros deportistas, muchos de ellos de condición humilde, con baja estatura y sin el porte físico necesario para afrontar con éxito a sus rivales.

Según la FAO, el porcentaje de hambrientos en Bolivia es tres veces superior al promedio de América Latina, donde hay por lo menos 52 millones de personas con déficit alimentario.

Lamentablemente, la situación no tiene miras de mejorar. Se ha identificado en el país las amenazas claras de una crisis alimentaria que ha reportado ya sus primeras consecuencias, con la caída de la producción de varios productos básicos. La misma FAO realizó varias recomendaciones hace un par de años al Gobierno boliviano sobre la forma de encarar este problema. Entre ellas, le sugería no restringir la producción a través de ningún tipo de cupo o prohibición de las exportaciones, porque eso naturalmente conduce a la contracción. Precisamente son esas las políticas que aún mantiene vigentes a rajatables el régimen de Evo Morales y en esas condiciones, el hambre parece ser una condena inevitable.

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