viernes, 4 de noviembre de 2011

Lo real y lo simbólico


Todavía quedan algunos resabios del simbolismo que el Gobierno del MAS ha construido en los últimos años a nivel nacional y, sobre todo, en el plano internacional. Todo lo simbólico está plasmado en las leyes, en los discursos y en las poses que el régimen de Evo Morales ha adoptado en todo este tiempo.

Seguramente muchos piensan todavía que el presidente Morales es un gran defensor de la Madre Tierra, cuando en realidad eso fue simplemente un rótulo que confundió a muchos. La prueba es que la ONU le otorgó un rimbombante título que cayó en saco roto en muy poco tiempo.

En Europa, en Estados Unidos y en ese mundo aparte en el que se mueven las ONGs todavía creen que en Bolivia se está viviendo una revolución de la mano de un líder que está ayudando a los indígenas y a los campesinos a salir de la pobreza. Basan sus conclusiones en reportes que hace el propio Gobierno, en la letra muerta de las leyes, en los informes de funcionarios de organismos internacionales que están metidos en el mismo berenjenal de simbolismos y en titulares de cierta prensa extranjera que todavía mira con mucha ilusión el "proceso de cambio".

De acuerdo a todos estos datos, por ejemplo, Bolivia ha avanzado 14 puestos en el "Índice Global de Brechas de Género del Foro Económico Mundial". Según esa información, las mujeres bolivianas gozan hoy de mayores oportunidades económicas, poder político, han mejorado su nivel de educación y el acceso a la salud.

Otro informe elogia los progresos de Bolivia en materia de derechos de los pueblos indígenas y los relaciona con los beneficios que trae este avance en la sostenibilidad del medio ambiente. Resulta obvio que esta mirada apenas refleja, lo dicen los papeles, lo que se repite en las tarimas. Nadie que se hubiera enterado de la paliza que le dieron a los marchistas del Tipnis se atrevería a afirmar que en el país los pueblos originarios viven mejor que antes. En el plano de lo real, los nativos están viviendo la peor de las hostilidades, a cargo de cocaleros, narcotraficantes,  colonos que les invaden sus tierras y de una empresa petrolera que, de la mano del Gobierno, ha ingresado en sus territorios pasando por encima de la Constitución y las leyes.

Resulta paradójico que detrás de todos esos elogios, se escondan datos absolutamente claros de lo que realmente ocurre en Bolivia. Precisamente el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) acaba de lanzar su último informe sobre el Índice de Desarrollo Humano en Bolivia (IDH) en el que básicamente concluye que no existen cambios en materia social en el país. Bolivia ocupa el puesto 108 entre 187 países a nivel mundial, y en el contexto latinoamericano, se encuentra en la franja inferior, en los últimos lugares. La realidad es que en materia de salud, de educación y de ingresos, el grueso de los bolivianos se encuentra en la misma situación.

Esta noticia podría pasar desaperciba, tomando en cuenta que la pobreza en Bolivia no representa ninguna novedad. Pero reflejar un estancamiento de esa naturaleza en un período de bonanza económica nunca vista en la historia del país, es como para pensar en la clase de gobernantes que han podido generar semejante paradoja. El sector público ha recibido en los últimos años el equivalente en recursos de los anteriores 20 años. ¿No debería reflejarse eso en la calidad de vida de la gente, en el desarrollo humano? ¿Dónde se ha ido tanta plata?.

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