No hay cosa que más le guste al presidente Morales que dividir. No hay
discurso en que no “le meta” algún argumento destinado a generar
resentimiento, conflicto, odio y ganas de venganza de unos contra
otros. Cada vez que viaja no hace más que quejarse de lo mal que lo
tratan algunos sectores; repite viejas historias mal contadas sobre la
dominación de los indígenas y últimamente hasta se vale de la quinua
para darle al lloriqueo, que en realidad esconde una finalidad ladina
y malsana. Lo del TPNIS le ha venido como anillo al dedo al
presidente. Alguien con algo de madurez política debería dar por
cerrado el caso y buscar la manera de aprender del tropezón. En
cambio, lo que hace Evo Morales es dar y cavar con lo mismo; todos los
días va de pueblo en pueblo tratando de desprestigiar a los indígenas
de tierras bajas que consiguieron el apoyo de todo un país. En el
Chapare, en San Ignacio de Moxos, donde vaya, no hace más que quejarse
por su carretera, con el objetivo de generar antipatía hacia los
marchistas. Hasta el canciller Choquehuanca parece cansado con la
cantaleta presidencial. Hace unos días dijo que el problema central es
que “el Evo no entiende a los indígenas”.
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