Me preguntó mi hija adolescente si soy de mente abierta. Yo sabía
dónde apuntaba ella y le respondí que soy un tremendo anticuado. En su
colegio así les llaman los chicos o las chicas a los padres “buena
onda” que les permiten todo, incluso llegar gateando a sus casas con
ingentes cantidades de cerveza y vodka barato mezclado con jugo de
naranja en sus cabezas.
Los padres “buena onda” quieren que sus hijos disfruten la vida, que
viajen a Cancún, a Punta Cana, que vistan a la moda, que usen escotes
muy pronunciados y faldas muy cortas.
Le dije a mi hija que no se deje embaucar por esas trampas. Muy pronto
va a salir del colegio, tendrá que buscar una buena universidad para
estudiar y, para tener éxito en la vida, incluso para elegir buena
pareja, no es con “buena onda”.
“¿Y dónde está la trampa?”, me preguntó. Todos esos chicos que les
exigen mente abierta a sus padres, a sus profesores y por supuesto,
también a las chicas, lo hacen para pasarla bien ese rato, para sacar
ventaja de las jóvenes cándidas e incautas, pero dentro de unos años,
cuando busquen alguien para casarse, cuando tengan hijos, cuando deban
elegir con quién trabajar, un socio para encarar una empresa e incluso
amigos, se inclinarán por los anticuados. Serán los más conservadores,
los de mente más cerrada, los prejuiciosos y los discriminadores.
“¿Y qué es tener la mente abierta?”, me volvió a preguntar. Bueno, eso
lo decidirás vos misma. No hace falta que te diga qué pensar, qué
cosas considerar como buenas o malas. Lo importante es que tu
discernimiento te permita tomar el camino que consideres correcto en
cada caso, evaluando en primer lugar las consecuencias. De todas
maneras, “mente abierta” consiste también en tener que tolerar a todos los
“buena onda” que pululan en la sociedad.
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